Ay de aquellos días en que la calma valga más que
el oro, porque son obsesivos como el pan y el vino en una mesa de pocos lujos.
Para entonces los ojos cambian las realidades y las pasiones se vuelven reales,
tan amadas por inmortales como por mortales. Es en ese momento cuando se puede
contemplar como nace una flor y sonreír sinceramente. Pero no penséis que eso
ha hecho aquella tierna y tibia mirada, pues esta perdida como se perdieron sus
sentidos y ahora encuentra hadas y mariposas en su camino. Ay de aquel que le
dirija la palabra, no obtendrá más que incoherencias y perderá el respeto por
su cordura.
-Lo mejor es llevarla al campo- dijo una anciana
sentada en un puente, - pues ahí la naturaleza se encarga de limpiar lo que la
tecnología ha contaminado, si es que todavía queda esperanzas.
Digo esto para que todos los que sufren de miedos
no contemplen la posibilidad del olvido y mucho menos de desear lo que no se
debe.
-Pero entonces no entiendo, dices que la calma
vale más, pero que no se puede desear más que el oro.
-Ni la calma ni el oro son fruto de la acción
querida, porque en la calma se cierran los ojos y en el oro también.
-Estas mintiendo- dijeron aquellos ojos inocentes
pero con ira de comprensión.-Todo aquel que busque en la calma, motivo para la
felicidad, puede o no, desear el oro y puede tenerlo o añorarlo, porque el que
camina con calma puede que se lo lleve un río tormentoso, pero jamás perderá su
equilibrio y podrá ver la belleza en el movimiento como se ve la acción en la
vida.
Tras aquellas palabras todos quedaron perplejos,
desde el principio no entendieron el motivo de dicha conversación. Algunos
encontraron un significado, otros la esfumaron como cuando cae la arena en el
mar. Pero la verdad era que se había perdido el objetivo principal de la
enseñanza a la que se quería llegar, así que todos olvidaron y se dispusieron a
continuar sus tareas.
Marialy
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